una foto atemporal

(La Belleza, sin duda.)
Rosa Regàs está más contenta que yo. Dice que disfruta mucho este momento, que disfruta mucho al ver nuestra felicidad, ese instante único. Es la generosidad con gafas azules en persona.

Quizá por llevar sin dormir más de 24 horas, me arranco a decirle que tengo una libreta donde pego cosas bonitas. Uno de esos recortes es una foto que apareció hace años en El país, donde Regàs y sus amigos estaban a punto de cenar. Son unos niños. Aunque, esa foto, bien podría haberse hecho la noche anterior. No encuentro nada que delate el año en que fue tomada.

Dice que la ha visto muchas veces, pero no la tiene. Me da su mail. Quedo en enviársela cuando llegue a casa.

Abro la libreta y leo a pie de foto: "Finales de marzo. Reordené los (po)e-mails. A Óscar no le gustaron nada. Estoy muy triste, como si se me hubiera muerto alguien, pero no creo que sea porque a Óscar no le gustaran unos poemas. No sé qué es. No tengo demasiados motivos para estar triste. Me duele todo. No me gusta lo que escribo. Quizá sea todo junto. Y el tiempo, que pasa muy rápido. Como en esta foto. No me canso de mirarlos. Creo que necesito que alguien me bese".

Copio el texto. Adjunto jpg. Send.

rueda de prensa

(Bonita foto que acompañaba el artículo de Jaime Cedillo en El Cultural, 7 sep 2016)
Nada más entrar en la Editorial Siruela, veo una foto tamaño XL de mi adorado Cees Nooteboom. Esto empieza bien, pienso. La plantilla Siruela es muy sonriente y en su mayoría femenina. Esto va a mejor. No me quedé con ningún nombre.

Me siento un poco pardilla cuando me preguntan si tengo agente. De repente sé que nunca lo tendré. Mercè Rodoreda tampoco tuvo, y mira. Si pudiera elegiría hasta la cola con la que encuadernar mis libros. ¿Me explico?

En poesía ha sido tan fácil. Editores de los que no sabía nada, ahora son mis amigos. Me pregunto si será igual en prosa.

El Café Gijón impresiona. Antes y ahora. Imagino a Fernán-Gómez en un rincón, algo molesto por tanto alboroto. Lo que hubiera dado por conocerlo, pienso y recuerdo que mi madre, de niña, coincidió con él en Marín, cuando rodaba Botón de ancla. ¡Qué niñas más pesadas!, le gritó a la enésima vez que ella y sus amigas le pidieron un autógrafo. Antonio Casal, sin embargo, nos firmó todo lo que quisimos, dice mi madre. Yo me quedo con el pelirrojo.

Las preguntas durante la rueda de prensa fueron pocas y muy sensatas. Dulces, diría. Madrid siempre me asombra. Les hablé de mi maltrecho móvil, de mi afición a los números, del cuento que escribí con 7 años, del diario de sueños. Ponerme un micrófono delante es un peligro.

Después todo es confuso. Móviles que me prestan para que responda a preguntas, caras sonrientes, aficionados al número "pi", algunos flashes, ¿me quito las gafas o me las dejo?, un andamio, camareros cruzando la calle con enormes bandejas, apretones de manos y besos. Historias de aquí y de allá que me cuesta retener. Y pienso en que abajo seguro que hay una cerveza esperándome. Tomo una al vuelo, alguien me pasa una gamba con gabardina y pienso en la capital de Ohio. Así andaba mi cerebro.

Una de las periodistas era Nieves Martín, de "El Planeta de los Libros" a quien no veía desde Moguer. Con ella, y Juan Ignacio Vecino, me fui a tomar una tapa de migas y a charlar de las cosas de la vida gintónic mediante. Yo, sin dormir.

Conclusiones que saqué en el tren de vuelta: Adoro Madrid, adoro escribir, escribir siempre me dio y me sigue dando "Vida extra", la naturalidad siempre gana y, sobre todo, necesito cuanto antes un móvil nuevo.

http://www.elcultural.com/noticias/letras/Isabel-Bono-Premio-de-Novela-Cafe-Gijon-2016/9791

sin equipaje

Una chica me pregunta por dónde se sale. La acompaño hasta la parada de taxis. Está nerviosa. Viene a un congreso, no lleva equipaje. Aunque la cola es larga avanza muy deprisa. Normalmente prefiero el metro, pero la línea 1 está cerrada hasta noviembre.

Un taxista muy amable me lleva Paseo del Prado arriba.
-Esta noche se vuelve a casa.
-¿Cómo?
-No trae equipaje.

Habla de los viajeros, de que puede adivinar a qué se dedican o qué vienen a hacer a Madrid.
-Usted viene a una reunión de trabajo y se vuelve esta noche, ¿a que sí?
Sonrío como una boba, y en el momento de bajarme, le digo:
-Me han dado un premio, usted es el primero al que se lo cuento.
-Vaya, ¡enhorabuena!
-Gracias.
-Cruce por el semáforo, sería muy mal momento para que la atropellara un coche.

Doy una carrera, un coche me pita. Estoy en la puerta de Siruela. Salvada.
-Por todos mis compañeros y por mí primero -me entran ganas de decir al llamar al timbre.

bares, qué lugares

El martes 6 de septiembre supimos que Diego Medina sigue siendo capaz de reunirnos. La exposición fue todo un éxito de público y de amor.

A la salida, Alejandro me pregunta cuándo se falla el premio al que me había presentado. Creo que el día 15, le dije, pero no te hagas ilusiones. No más de cuatro personas sabían que me había presentado. Alejandro se fue en su monopatín y nosotros a brindar por Diego.

Serían casi las once cuando vi que el móvil parpadeaba. Un móvil pastilla de jabón, sin cámara, sin internet y casi siempre sin cobertura ni saldo. Qué raro, tengo un montón de llamadas perdidas y de mensajes, dije en alto. Número desconocido. Pensé, cómo no, en alguna catástrofe. Pensé en el novio de mi hermana, desde Holanda, diciéndome que la habían ingresado por algo. Eso pensé. Y comencé a leer los mensajes en alto, en sentido contrario.

Cuando llegué al que decía "Le comunicamos que...", dicen los amigos que se me cambió la cara. A Alberto le dio un ataque de risa, pensando que quizá el último sms diría: "Si no responde en 10 segundos pierde el premio". Javier pidió más cervezas, Isa y Daniel me dieron besos. Paula ya estaba buscando en su móvil a qué hora salía el primer tren a Madrid.

-¡Pero llama! -todos.
-No tengo saldo. Ni batería. Además, igual es una broma.
-¡Llama! ¡Ten! -Paula me pasa su móvil.

Llamo, me preguntan si estaba en el cine, si es que no sabía que se fallaba hoy, y me pasa con Rosa Regàs.
-Alucina, que me pasan con Rosa Regàs -yo con cara de susto, retransmitiendo a los amigos.

Rosa Regàs me pregunta si estaba en el cine. Qué manía con el cine tienen en Madrid, pienso. Me explica que llevaban desde las ocho de la tarde reunidos, intentando dar conmigo, y la única posibilidad era que yo estuviera en el cine. Ah. Que habían hecho hasta apuestas. Vaya. Que disfrute mucho de este momento y que mañana a las nueve me quieren en Siruela.
-Alucina, que lo publica Siruela -si es que no me leí las bases.

Y bebimos. Y no bebas más que tienes que estar fresca, sólo una más, y cena algo, no me entra, y qué bien todo, sí, menudo lío, si yo sólo quería saber si eso que he escrito era una novela, y más risas.

Ya en casa, envío a la editorial un par de fotos y una sinopsis de la novela para el dossier. Me cepillo los dientes. Me miro al espejo, uff, veo algunas canas y decido teñirme el pelo. Son las dos de la madrugada.

A las cinco y media, Alberto me lleva a la estación. A las seis y veinte estoy en un tren, caminito de Madrid, pensando:
-Y ahora, ¿qué?

días a la velocidad de la luz

Creo que nada de esto hubiera tenido ninguna gracia si me hubieran llamado a casa. Después de colgar, al ir a sacar una cerveza, me habría encontrado con Antonio en modo imán en la puerta del frigo. Le habría dicho: Lo conseguiste, conseguiste que escribiera una novela.

La voz de Antonio siempre, con tono de guía espiritual, repitiéndome: Bono, escribe novela, Bono...

Y habría abierto una cerveza apuntado hacia mis irrenunciables enmarcados: Va por vosotros.

Así, sin exclamación.

Porque sé que los lunes volverán a ser los mismos, lunes sin ruido, lunes run-run de lavadora y de sentarse a podar palabras. Esos lunes idénticos que tanto me gustan.

Pero no, nos enteramos todos a la vez bebiendo cerveza y recién acabados de brindar por Diego. Qué suerte tengo.

Y ahora, a esperar otra vez a que el silencio me dicte y lo lento me gane.

todo tiene un comienzo, un hallazgo

El 13 de abril de 1997 Internet llegó a mi casa. Quiero pensar que fue así para celebrar el cumpleaños de Samuel Beckett, pero lo cierto es que fue casualidad.

Mi amigo, el poeta Andrés Gómez Miranda, al ver mi falta de curiosidad por búsquedas y chats en la recién estrenada Red de Redes, me sugirió que me apuntara a un grupo de noticias: Por ejemplo, a ti que te gusta escribir, a news.humanidades.literatura. Y eso hice. Más de cien criaturas hablaban sin parar de libros que a mí no me decían nada. Propuse hablar de poesía, de autores españoles y, sobre todo, de historias donde nadie luchara por un anillo.

Aquello me entretuvo casi dos años. De allí aprendí a oler, en dos frases, si alguien era un troll o un ángelguardia. De allí conservo algunos amigos de esos que se llaman paratodalavida.

Todos teníamos un nick. Yo era faber2. Uno de esos amigos se hacía llamar "Purranki Sandongui" y vomitaba  lo que escribía en El potadero de Bleturge.

Bleturge, qué grande, pensé.

Bleturge, no me quedó claro, ¿era un estado de ánimo que lo convertía todo en solar abandonado o un solar abandonado que se convertía en hogar al ponerle nombre? ¿Era un abismo o lo convertía todo en abismo? ¿Un lugar de donde escapar o donde refugiarse? Lo que sí supe es que yo había estado allí muchas veces. Bleturge era mi casa.

En 2002 Purranki me dijo: Tudo vale.

En 2004 Purranki y yo nos vimos cara a cara. Después de varias cervezas y de hablar un rato sobre la entropía, dijo: Alguien debería escribir la novela de Bleturge.

Una casa en Bleturge empezó a  tomar forma en 2008, cuando creí encontrar mi voz en la voz de escritores nórdicos. La di por terminada en abril de 2016. Nada que ver con el viejo Sam: simplemente, en el bar "Muy" de Madrid, vi el anuncio del premio "Café Gijón" en el Babelia y la envié. Queramos o no, la casualidad nos guía.